“Después de sesenta años de estar rodeado de pavos, conozco su vocabulario. Reconozco el sonido que hacen cuando dos se pelean o cuando hay una comadreja en el corral. Distingo el ruido que emiten cuando están aterrados del que indica que están excitados ante algo nuevo. Es increíble escuchar a las madres: poseen una tremenda variedad vocal para dirigirse a sus crías. Y éstas las entienden. Puede decirles “corre y escóndete detrás de mí” o “muévete de aquí allí”. Los pavos saben lo que pasa y pueden comunicarlo: en su ámbito, en su lenguaje. No pretendo otorgarles características humanas porque no son seres humanos, sino pavos. Sólo te digo cómo son.
Ni uno solo de los pavos que se compran en el supermercado pueden andar normalmente, mucho menos saltar o volar. Ni siquiera pueden tener relaciones sexuales. Ni los que se venden como orgánicos, libres de antibióticos o de granja. Todos los pavos que se venden o sirven en restaurantes han sido el resultado de la inseminación artificial. Si fuera sólo por cuestiones de eficacia sería una cosa, pero esos animales no pueden reproducirse realmente. ¿Alguien sabe decirme qué tiene eso de sostenible?
Mis chicos aguantan el frío, la nieve, el hielo… pueden con todo. Con los de la industria moderna sería un desastre. No podrían sobrevivir. Mis chicos avanzan sobre treinta centímetros de nieve sin problemas. Y todos tienen sus patas; sus alas y su picos, no se les ha amputado nada, no se les ha destruido nada. No los vacunamos, no les damos antibióticos. No nos hace falta. Nuestras aves hacen ejercicio todo el día. Y dado que sus genes no se han manipulado, tienen un sistema inmunitario fuerte por naturaleza.
Justo el otro día uno de los pediatras del pueblo me decía que está viendo toda clase de enfermedades que no había visto nunca. No sólo diabetes juvenil, sino enfermedades inflamatorias y autoinmunes a las que muchos médicos no saben ni darles nombre. Los críos son alérgicos a casi todo; el asma está fuera de control. Todos sabemos que es la comida. Estamos manipulando los genes de esos animales, atiborrándolos de hormonas y toda clases de fármacos, y luego nos los comemos.”
Frank Reese, granjero avícola.
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