NI UN TORERO VIVO

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martes, 3 de junio de 2008

Uno de los nuestros: Lucía Etxebarria




Yo tenía diecinueve años y era una chica muy mona y muy bien plantada, con esas tetas que desafían la ley de la gravedad y que sólo se pueden lucir a cierta edad.

En la universidad conocí a un señor mayor que intentaba sacarse la carrera de periodismo porque así se lo exigían en el periódico para el que trabajaba, en el que ejercía, entre otras cosas, de crítico taurino. Al señor se le metió entre ceja y ceja que me tenía que llevar a los toros, y yo, más por su insistencia que por convencimiento, acepté. Me presenté a la cita con un traje de lunares muy ceñido, el pelo recogido en un moño y los labios pintados de rojo locomotora. El señor me llevó al tendido, lleno de críticos como él, tipos engominados que me dedicaron todo tipo de piropos subiditos de tono.

El señor hinchaba el gaznate, orgulloso de la real hembra que exhibía, zahína y bien plantada como un Mihura. Comenzó la fiesta. A los veinte minutos me pues a llorar y me fui de allí. Las palabras del crítico se me quedaron grabadas a fuego candente, como al toro la marca del ganadero en la piel: "Me has puesto en ridículo".

Las corridas de toros vulneran varios artículos de la Declaración de Derechos del Animal, ratificada por la UNESCO y por la ONU, que afirma: "Ningún animal será sometido a actos de crueldad para diversión del ser humano". El toro es un animal pacífico, herbívoro, que no lucha por placer sino impulsado por el dolor. Ya antes de salir del toril se le somete a mortificaciones en cuernos, piernas y testículos.A continuación, en el ruedo, los picadores le atacan con la pica. El inocente animal, chorreando sangre y reventado por dentro , debe someterse todavía al suplicio de que le banderilleen. La espada del matador acaba de inundar de sangre los pulmones. Según el reglamento taurino, "el toro será sometido al castigo apropiado".

El matador da instrucciones al picador para que "castigue" al toro, es decir, para que le rompa los músculos del cuello y de la espalda.

El picador busca el sitio de un anterior puyazo y sigue barrenando, moviendo circularmente la pica, que se introduce unos 40 cm. En el cuerpo del animal y le destroza los músculos. Y de ahí el espectacular chorro de sangre que me hizo abandonar, llorando el ruedo.

Me gustaría suplicarles que no vayan a los toros. Pero no serviría de nada. Porque, por ejemplo, si el público dejara de comprar mis libros, se acababa la Etxebarria, pero si los toros son deficitarios, no pasa nada, porque la llamada fiesta nacional está subvencionada.

Basta que entren ustedes en Google y tecleen "subvención + toros" para que se enteren de los miles de millones que nos cuesta a todos esta tortura institucional, prohibida en el resto de Europa.

O sea, que yo, que pago mis impuestos religiosamente, no tengo derecho a que mi hija vaya a la guardería pública y tampoco tengo derecho a decidir que no quiero que ni un solo céntimo de mi dinero vaya a apoyar esta salvajada. Para no ponerme a llorar, me quedo con una frase de David Delfín que me recuerda que no todo el género humano es subnormal: "No voy a los toros porque me gustan los toros".

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